Antonin Artaud nace en 1896 en Marsella, a los 24 años se instala en París dónde comienza a trabajar como actor y se une al movimiento surrealista. La principal obra de Artaud es “El teatro y su doble” y aunque no dejó ninguna técnica ni método concreto, sus aportes fueron tomados como plataforma para casi todos los grandes investigadores del teatro. Crea el Teatro dela Crueldad, empleado estos términos no como sinónimo de sadismo o brutalidad, sino como práctica teatral rigurosa, dura o incluso despiadada, que expone lo dificultoso de la existencia humana. Piensa el teatro como un lugar sagrado de creación espontánea y sincera que trasciende la razón, un teatro en el que el actor y del espectador se dejan llevar por una misma necesidad desesperada, un lugar dónde liberarnos de las formas en que vivimos nuestras vidas cotidianas.
Artaud fue influenciado por el teatro oriental, especialmente el teatro balinés que resumía para él las diferencias entre la cultura oriental y la occidental. La cultura oriental mística que recurre a la escena especialmente para el ritual y la trascendencia utilizando gestos y símbolos y la cultura occidental realista que se sirve del teatro principalmente para el entretenimiento, la ética y la moralidad, priorizando el diálogo y las palabras. Artaud quedó cautivado con la actitud de los actores balineses entregados a un teatro que pretende trascender la realidad, entrar en contacto con la vida interior, arrancar las máscaras para alcanzar lo que está más allá de la conciencia.
El lenguaje artístico de Artaud era intangible, compuesto de visiones y metáforas expresión de su propia personalidad, su crueldad consiste en mostrar aquello que no se quiere ver, más allá del lenguaje ordenado de las palabras. En el “Teatro y su doble” dice: “El teatro, como la peste, ha sido creado a imagen de esa matanza, de esa separación esencial. Desata conflictos, libera fuerzas, desencadena posibilidades…”[1]. Artaud busca la conmoción pero la conmoción cesa, se desvanece, Peter Brook, admirador su trabajo, habla de él diciendo: “Un profeta levantó su voz en el desierto. En abierta oposición a la esterilidad del teatro francés anterior a la guerra, un genio iluminado, Antonin Artaud, escribió varios folletos en los cuales describía con imaginación e intuición otro teatro sagrado cuyo núcleo central se expresa mediante las formas que le son más próximas, un teatro que actúa como epidemia, por intoxicación, por infección, por analogía, por magia, un teatro donde la obra, la propia representación, se halla en el lugar del texto”[2]. Artaud consideraba que el teatro de su época se había reducido a una copia inerte, vana y edulcorada de la realidad cotidiana, y aspira acercarse a otra realidad “peligrosa y arquetípica” sobrecargada de espiritualidad, sostiene que el teatro “sacude la inercia asfixiante de la materia que invade hasta los testimonios más claros de los sentidos… las invita a tomar, frente al destino, una actitud heroica y superior, que nunca hubieran alcanzado de otra manera[3]”. Para Artaud el teatro impulsa a los hombres a que se vean tal y como son, hace caer las máscaras, descubre y confronta la mentira o manipulación de lo cotidiano.
Artaud quiere soltarse de la tiranía que le impone el lenguaje y juega con el cuerpo y las formas para acceder a lo abstracto, al espíritu que traspasa lo que podemos pensar o decir, quiere superar los límites de la expresión, afirma: “Todo verdadero sentimiento es en realidad intraducible. Expresarlo es traicionarlo. Pero traducirlo es disimularlo. La expresión verdadera oculta lo que manifiesta. Opone el espíritu al vacío real de la naturaleza, y crea como reacción una especie de lleno de pensamiento… Todo sentimiento poderoso produce en nosotros la idea de vacío. Y el lenguaje claro que impide ese vació, impide a sí mismo la aparición de la poesía en el pensamiento[4]”. Nos resulta familiar en la Gestalt su lenguaje físico y su insistencia en la experiencia de los sentidos sobre lo concreto más allá de lo dicho, “Afirmo que ese lenguaje concreto, destinado a los sentidos, e independiente de la palabra, debe satisfacer todos los sentidos; que hay una poesía de los sentidos como hay una poesía del lenguaje, y que ese lenguaje físico y concreto no es verdaderamente teatral sino en cuanto expresa pensamientos que se escapan al dominio del lenguaje hablado[5]”. Pero Artaud no deja de usar las palabras sino que desea restituirle al lenguaje el poder de manifestar realmente algo, sacarlo de su uso puramente utilitario y devolver el libre ejercicio de pensamiento, la poesía, lo místico o sagrado. No está en contra del lenguaje, sino que denuncia la expresión vacía o evitativa y en su lugar propone un lenguaje, físico, verbal, visual, de vibraciones, gritos, colores y formas que nos involucre en la experiencia con todas sus consecuencias, que no evite la incertidumbre, ni la angustia, un teatro de actos que apunten a lo absoluto, para devolverle al teatro “su primitivo destino, restituirle su aspecto religioso y metafísico, reconciliarlo con el universo[6]”.
El mismo Artaud muchas veces andaba a tientas en sus propias marañas y no logro forjar en la práctica su propio teatro, aunque esto no quiere decir que estuviera equivocado. Para Artaud el arte no es una institución a la que servir, sino que el arte se pone al servicio de la vida, con el objetivo de lograr un Hombre Nuevo vital y artístico que reconciliado con sus orígenes, se proyecte con vitalidad hacia el futuro, Jorge Dubatti hace mención a la concepción del arte en Artaud, diciendo: “El arte deja de ser arte en sí, para transformarse en una dimensión existencial: ya no hay arte cuando el arte sirve al hombre a engrandecer su vida[7]”. Artaud padecía brotes psicóticos por los que fue ingresado en manicomios y acabo su vida sumido en la locura, en un asilo dónde fallece en 1948.