Bertolt Brecht recogió las experiencias de Meyerhold y Piscator y las convirtió en un sistema teatral conocido como el Teatro Épico. Su idea principal era hacer reflexionar al público y darle argumentos para provocar un cambio social, su teatro también fue llamado Teatro Didáctico. Un teatro que se diferenciaba de otras formas de representación, por su idea del distanciamiento sacada del teatro oriental, con el cual Brecht pretendía que los espectadores no se identificaran con las emociones expresadas por los personajes sino que reflexionaran sobre los acontecimientos que se les iban mostrando. Podría parecer que es un teatro que se dirige más a la razón que a los sentidos, pero no hay que pensar que el teatro se convertía en una cátedra, la gracia de Brecht no surge de explicaciones intelectuales sino de un teatro lleno de vida, dónde se combinan: palabras, imágenes, silencios, risa, parodia, franqueza, encubrimiento, claridad y caos, para sacar al espectador del olvido de sí mismo al que estaba acostumbrado en un teatro que lo invitaba a la pasividad.
Brecht introduce en el teatro el vocablo: alienación, una separación obliga a los espectadores a “ver”, interrumpiendo la historia cada vez que él público se dejaba arrastrar por la interpretación. La idea era despertar al público de su sueño, arrancarlo del sosiego, con el fin de que tomara conciencia de lo que sucedía en el escenario. En ocasiones se encendía la luz del público antes del final para involucrarlo en mayor medida, y que no se desprendiera de todo lo visto con un aplauso mecánico en la oscuridad. Dice Peter Brook “Por encima de todo la alienación es una llamada al espectador para que trabaje por sí mismo, para que se haga cada vez más responsable de lo que ve, sólo si le convence en su calidad de adulto. Brecht rechaza la noción romántica de que en el teatro volvemos todos a ser niños[1]”.
Para Brecht la identificación es incompatible con la actitud crítica que espera del espectador. El objetivo del actor era crear una respuesta en un público y por éste motivo no solía utilizar el recurso de cuarta pared entre actores y público. Pero su teatro no renuncia de ninguna manera a las emociones y a la vitalidad de los personajes y de las situaciones que se plantean en la escena. Su técnica de distanciamiento exige al actor que aparezca con una doble apariencia: la del personaje y la del propio actor en el escenario. El actor no debe hacer desaparecer su propia humanidad en escena, por el contrario se muestra en el escenario como una persona semejante a cualquier persona del público, como lo hacen los actores chinos, dice Brecht: “Al observar un actor chino se está observando, pues, nada menos que a tres personas: una que exhibe y dos que son exhibidas[2]”. El distanciamiento que plantea Brecht no es indiferencia o frialdad, es mostrar con arte lo que estamos mostrando, sin querer convertirnos en nada, dice Héctor Levy-Daniel: “el teatro brechtiano se mantiene permanentemente consciente de hacer teatro y en ese sentido el procedimiento de la interrupción de la acción constituye un recurso fundamental, la forma operativa primordial”[3].
Para Brecht también es importante que el personaje se muestre como un ser social, un hombre marcado por la historia de su época, por eso el actor épico atribuye a sus personajes móviles sociales que varían según la época, dice Brecht “No basta ser. El carácter de un ser humano es forjado por su función[4]”. El carácter o rasgos propios del personaje se unen, en el teatro épico, con la acción de ese individuo en su entorno social que será diferente en cada época. El actor, para Brecht, debía ser una persona capaz de reconocer el valor que aportaba a la comunidad y comprometido tanto con el mundo exterior como con su propio oficio. Su teatro invita a tomar conciencia de lo que nos está pasando como personas y cómo sociedad y asumir nuestra propia responsabilidad.