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En el libro “Los tres usos del cuchillo” David Mamet, uno de los ideólogos más reconocidos del teatro y el cine actual, sostiene que todos teatralizamos por naturaleza, teatralizamos cuando hablamos del tráfico, del tiempo y de nuestras vivencias. Haciendo uso de la exageración o la invención, alargamos, acortamos o transformamos nuestro drama personal, con las mismas estrategias de las que se valen los dramaturgos.

Para Mamet, el teatro satisface una necesidad humana de dar sentido al mundo, considera el arte como un medio de arbitraje entre lo consciente y lo inconsciente y rescata su valor paliativo diciendo: “No es que el gran arte revele una gran verdad, pero mitiga el conflicto, exteriorizándolo más que racionalizándolo”[1]. Mamet considera que el teatro existe para tratar problemas del alma y los misterios de la vida humana y no sólo para mostrar las calamidades cotidianas. Tanto en el drama como en los sueños, el hecho de que algo sea verdad o no, es irrelevante y lo interesante es todo aquello que está relacionado con la búsqueda personal de un protagonista. Valora las obras que pueden resultar perturbadoras y dejan huella, aquellas en las que seguimos pensando un tiempo después de verlas o tal vez toda la vida, porque hay algo en ellas que nos toca, algo que sale del corazón y va al corazón. Dice que éstas obras muestran una verdad que es cómo un perro que se debe echar a la calle, en oposición a las obras que son como un perrito faldero que permanece junto a la chimenea, las que representan el teatro manipulador y facilista, al que como espectadores  también sucumbimos.

Para Mamet el verdadero teatro se abstiene del intento de aleccionar al público ya que esto sería una falta de respeto al espectador en el intento de cambiarlo y presionarlo, adoptando  una superioridad moral respecto al público. El verdadero arte es tan profundo, intrincado y diverso como la mente y el alma de los seres humanos que lo crean y el propósito del arte es deleitar, no ilustrarnos, ni aleccionarnos. Mamet dice que el exceso de energía, destreza, fuerza o amor se expresa de distinta manera según las especies, las cabras brincan celebrando éste exceso y los humanos hacen arte.

Mamet compara el viaje del héroe en el drama, con nuestro viajes personal en la vida, dice que en ambos casos la cuestión consiste en que el protagonista debe cambiar radicalmente de parecer, por las fuerzas de las circunstancias o por la fuerza de la voluntad. El héroe o protagonista del drama debe reformular su concepción del mundo y éste cambio personal puede dar como resultado una obra artística. Nos recuerda que Tolstoi escribió que si uno no pasa por un replanteamiento de la propia vida, por una revisión personal a los treinta y tantos años, será intelectualmente estéril el resto de su vida. La sabiduría popular habla de las llamadas crisis de los treinta o los cuarenta, y el error es querer superarlas con la pretensión de volver a un estado anterior menos atormentado, creyendo que ésta etapa nos priva de la felicidad, sin embargo éste estado es el principio de  una oportunidad de replantear nuestra propia concepción y sentido de la vida, en la obra dramática sería el momento en que el protagonista se adentra en el segundo acto del drama.

En el primer acto todo es como un sueño, el héroe se erige a sí mismo para encomendarse a una lucha: crear una patria, liberar a un pueblo, hacer algo grande y trascendental, pero en el segundo acto aparecen los problemas de la realidad y es difícil recordar que uno ha venido a drenar el pantano cuando está rodeado de caimanes. En ese momento ya no creamos la patria, pero tenemos la capacidad de negociar un contrato, defender a otros, ganar un pleito y el protagonista acepta su carga sin ninguna exaltación. Este es el punto en el que la obra, o la vida, comienza realmente a cobrar impulso, dónde el camino se hace inevitable y el protagonista decide seguir en él a pesar de conocer las dificultades reales que aparecen, o bien decide declarar el fracaso y sentarse a fumar un cigarrillo.

Gracias a los problemas que surgen en el segundo acto podemos darnos cuenta que nos hemos comportado como engreídos o necios y reconocer que hemos equivocado el rumbo, que hemos alardeado de habilidades y destrezas de las que carecemos. En la obra romántica se exige al héroe en ese momento, que actúe como si los problemas no existieran y siga siendo un héroe, lo mismo sucede con muchos discursos de autoayuda. En el drama auténtico y en especial en la tragedia, se exige al protagonista que obre con voluntad y encuentre su fortaleza para afrontar su propio carácter y reconocer su realidad. La elección de seguir que toma el protagonista, es lo que da la fuerza dramática a una obra y lo que distingue nuestra condición preparándonos para la lucha definitiva, para el cierre o tercer acto. Mamet escribe: “La lección purificadora del drama es, en su momento culminante, el escaso valor de la razón. En los grandes dramas vemos que el protagonista aprende esta lección. Y lo que es más importante, nosotros mismos la experimentamos también porque alimentamos unas expectativas y finalmente fracasamos, porque descubrimos que en nuestro interior habíamos llegado a la conclusión errónea y que, despojados de nuestra arrogancia intelectual, debemos admitir nuestro estado pecador, débil e impotente; y que, una vez reconocido esto, tal vez encontremos la paz”[2].

Para Mamet al final del drama se impone la verdad que ha sido omitida, pasada por alto o negada, es en este momento dónde la vida empieza a fluir más libremente. Cuando la obra toca a su fin se desvela lo que se mantenía oculto, recordamos aquello que desestabilizó el mundo creado y reconocemos los esfuerzos por volver a encontrar la verdad y la paz. En el segundo acto cada intento del protagonista parece ofrecer una solución y nos sentimos decepcionados cuando vemos el nuevo error, al final de la obra cuando se creen agotadas todas las posibilidades, cuando parece que se carece de medios y recursos, todo se recompone o se revela, dice Mamet: “En ese momento, pues, en una obra bien construida (y en la vida analizada con sinceridad), comprenderemos que lo que parecía fortuito era esencial, distinguiremos el patrón forjado por nuestro carácter, seremos libres para suspirar de alivio o llorar. Y entonces podremos irnos a casa.”[3]

 


[1] Mamet. D. “Los tres usos del cuchillo”. Alba Editorial. 1998.

 

[2] Mamet. D. “Los tres usos del cuchillo”. Alba Editorial. 1998.

[3] Ídem.

El teatro

Author El teatro

Mª Laura Fernández e Isabel Montero son las autoras del libro: "El teatro como oportunidad". Un enfoque del teatro terapéutico desde la Gestalt y otras corrientes humanistas. Trabajan en el Institut Gestalt de Barcelona, con "Teatro y Gestalt".

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