Peter Brook, es una de las figuras más conocidas y destacadas en el panorama teatral actual, reconocido prácticamente en todo el mundo como uno de los más célebres artistas de nuestro tiempo. Peter Brook es un buscador ecléctico que no abandona su incesante exploración sobre el teatro y sobre la vida, y después de años de búsqueda sostiene que la única respuesta es: una mayor conciencia. Peter Brook no separa el teatro de la vida y en sus años de investigación plasma también su búsqueda personal, propone defender siempre nuestras propias ideas sin dejar nunca de pensar que la verdad está en otra parte.
Para Peter Brook el teatro es lo que ocurre en el misterioso momento llamado: presente, que está en eterno movimiento, es allí donde una verdad puede ser redescubierta y experimentada. Su trabajo como director teatral se dirige hacia la búsqueda de diferentes lenguajes, dónde el actor es el artista responsable de comunicar con el público provocando, no el asombro sino la explosión de humanidad a través de la experiencia. Su modelo es Shakespeare por eso ha montado gran cantidad de obras de este autor y se ha dedicado al estudio y exploración su teatro, dice que el objetivo de Shakespeare es sagrado y metafísico, pero que nunca comete el error de permanecer demasiado tiempo en el nivel más alto, ya que conoce lo difícil que resulta mantenernos en compañía con lo absoluto y por eso nos envía continuamente a la tierra, la necesidad de lo apoteósico se une a la necesidad de lo irrisorio.
Brook reconoce en el acto teatral un acto de liberación, de purificación, dice: “Tanto la risa como las sensaciones intensas despejan escombros del sistema; en este aspecto son lo opuesto a lo que deja huella ya que las purificaciones hacen que todo quede limpio y nuevo”[1]. No comparte la intención de las escuelas de interpretación realistas que intentan capturar la realidad, considera que la realidad puede ser muy huidiza y la vida cotidiana misma es una convención engañosa: “en el teatro, no hay que excluir nada, no hay que etiquetar nada como ‘artificial’, ‘real’ o ‘irreal’, porque un movimiento cotidiano puede ser hueco y trivial, mientras que un gesto aparentemente extraño puede convertirse en vehículo de un significado hondamente conmovedor. Lo único que importa es que la acción debería sonar a verdad en el momento de la ejecución. En ese instante esta ‘bien’. Esa es la prueba decisiva. Eso es la realidad teatral[2]”.
En su libro “El espacio vacío” dedica un capítulo a la reflexión sobre el teatro sagrado, procura recordar el instante histórico inicial donde el teatro era una ceremonia iniciática, un espacio de magia, un rito sagrado, escribe: “Aunque el teatro tuvo en su origen ritos que hacían encarnar lo invisible, no debemos olvidar que, a excepción de ciertos teatros orientales, dichos ritos se han perdido o están en franca decadencia.”[3]. Afirma que hemos perdido el sentido del rito y del ceremonial ya sea en un funeral, un cumpleaños, Navidades, pero cree que algo queda en el fondo de cada uno de nosotros como memoria ancestral de los rituales. Peter Brook aclara que no se trata de imitar sólo la forma de lo sagrado, ya que esto arroja un producto que no es convincente y conduce justamente a rechazar el concepto de teatro sagrado. En su trabajo se ocupa de lo sagrado de manera que pueda ser sentido por el público, no lo propone como algo pretencioso o distante: “Podemos intentar captar lo invisible pero no debemos perder el contacto con el sentido común: si nuestro lenguaje es demasiado especial perderemos parte de la fe del espectador.”[4] Peter Brook recuerda, en su búsqueda de lo sagrado, los teatros de oriente, las culturas arcaicas y también la huella del Teatro de la Crueldad de Artaud quien, como hemos comentado, profesó el resurgimiento de lo sagrado en la escena, “un teatro más violento, menos racional, más extremado, menos verbal y más peligroso”.[5] Al igual que a Artaud a Peter Brook se lo ha acusado muchas veces de querer destruir la palabra hablada y su respuesta fue que hay algo de verdad en ésta acusación, ya que para los dramaturgos actuales la palabra no tiene el valor que tuvo en otro tiempo, y cuestiona: “¿será porque vivimos en una época de imágenes? ¿Acaso hemos de pasar por un período de saturación de imágenes para que emerja de nuevo la necesidad del lenguaje? Es muy posible ya que los escritores actuales parecen incapaces de entrar en conflicto, mediante las palabras, ideas e imágenes con la fuerza de los artistas isabelinos”[6] y apunta que lo que alguna vez fue lenguaje ahora es algo muerto e inútil para expresar lo que verdaderamente le ocurre al ser humano.
En el ámbito de la terapia se considera que la Terapia Gestaltcoloca a la palabra en un segundo plano, pero la Terapia Gestalt no se aleja del lenguaje sino del palabrerío que no dice nada, de las voces que pretenden capturar la realidad en una interpretación, en las creencias y teorías que actúan como jaulas y sustituyen la vivencia por la pura explicación. Perls considera que el hombre “ha reducido la vida a una serie de ejercicios verbales e intelectuales: se ahoga en un mar de palabras”[7]. En la terapia el palabrerío desconectado nos recuerda a un teatro desligado de la vida, que aburre con palabras deshabitadas de alma.
Además de investigar sobre el teatro sagrado Peter Brook, se ocupa del teatro tosco que es el teatro popular, próximo a la gente y considera que es éste teatro el que salva a cada época cómo una revolución escénica, cuando el teatro se aleja de las personas. En éste teatro encontramos chistes, canciones, bailes, improvisaciones locales, es el teatro popular liberado de la necesidad de estilo, anti-autoritario, anti-pretencioso y puede tener un papel socialmente liberador. Muchas veces se le resta importancia y se considera más legítimo el drama o la tragedia, nos obstante todo intento de revitalizar el teatro en distintas épocas ha tenido que incluir la comedia y lo tosco.
Peter Brook diferencia el teatro sagrado y el teatro tosco, de lo que él llama el teatro mortal, un teatro que no sólo no consigue inspirar o instruir, sino que apenas divierte. El teatro mortal significa para Brook: mal teatro. Es la forma de teatro que vemos con más frecuencia, estrechamente ligado al teatro comercial, aunque también puede aparecer en cualquier otra forma de teatro, con su monotonía, obviedad y mortal aburrimiento.
Peter Brook, en el libro “El espacio vacío” propone un teatro total, un teatro vivo que es una mezcla de las vertientes de lo sagrado y lo tosco, explica: “Junto al trabajo serio, comprometido y exploratorio, ha de haber irresponsabilidad. Esto último también nos lo puede dar también el teatro comercial, si bien por lo común de manera monótona y sin originalidad… la diversión por la diversión pura no es imposible, pero rara vez es suficiente”[8]. Sostiene que el teatro vivo es el que nos atrapa como público, que suscita algo difícil de explicar, los espectadores serían como niños embelesados por los cuentos que les narran en la cama y a la vez adultos plenamente consientes de lo que están presenciando. En algunos momentos el teatro sagrado y el teatro tosco se unen para dar lugar a un teatro total, inmediato, dónde los elementos más puros y los más impuros encuentran su legítimo lugar, pero nos advierte que el intento de atraparlo en una fórmula repetida nos lleva nuevamente a lo mortal: “En raros momentos, el teatro festivo, de catarsis, de exploración, el teatro de significado compartido, el teatro vivo son uno solo. Una vez transcurrido ese momento, no cabe recuperarlo servilmente por imitación: ya que lo mortal vuelve de manera furtiva, y comienza de nuevo la búsqueda”[9].