
El teatro y también la Gestalt se apoyan en la experiencia directa, en la vivencia. Foucault comenta que para Nietzsche la experiencia tiene: “el cometido de ‘arrancar’ al sujeto de sí mismo, haciendo que deje de ser tal, o que sea completamente otro de sí, que llegue a su anulación, a su disociación”.[1] Fritz Perls llamó antiexistencia a la vivencia de la nada, la vaciedad, el impassea partir del cual una nueva respuesta creativa ante la vida puede manifestarse.
La persona que quiere hacer teatro tiene que estar dispuesto a pasar por la experiencia de renunciar en algún instante a su propio personaje, a las máscaras de su cuerpo y su carácter, ir contra sus introyectos y atreverse a mostrar aquello que quiere ocultar y salir al mundo; recuperar las proyecciones como propias; tomar conciencia de sí mismo. Asumir los riesgos que supone abandonar las defensas más preciadas y pasar por la incertidumbre y la vacilación que supone sacudir las razones que lo acompañan.
Escribe Grotowsky en el libro “Hacia un teatro pobre”:“El primer acto del actor es comprender el hecho de que nadie quiere darle nada, al contrario, que se piensa quitarle mucho, arrebatarle aquello a lo que se encuentra muy ligado: sus resistencias, sus reservas, su tendencia a ocultarse tras las máscaras, su falta de sinceridad, los obstáculos que su cuerpo coloca en su camino creativo, sus hábitos y hasta sus buenos modales”.
En el prólogo del libro “El Arte escénico” de Stanislavski, Juan Carlos Corazza afirma: “Un artista que aspira a reflejar la totalidad del ser humano que representa en escena se verá abogado a crear tanto la vida interna como la externa de su personaje, a investigar todas las facetas de su carácter, a preparar su papel corporal, intelectual y emocionalmente[2]”.
Tenemos que saber dónde estamos para poder llegar dónde queremos ir. Si quiero ir a Paris y no sé en qué coordenadas del mapa estoy es muy difícil que encuentre un camino. Situarse, tiene que ver con la toma de conciencia de uno mismo en el aquí y ahora de mi situación real.
Una vez que el actor está preparado, le toca salir al escenario y encararse al público, vivir y hacerle vivir una historia de ficción. Para ello es necesario que juegue su papel con ganas, con profundidad, con interés y mesura. Su trabajo requiere deliberación para no confundir espontaneidad con los automatismos del carácter o el mero desborde expresivo.
En uno de sus talleres de teatro Stanislavski se dirige a los actores diciendo: “…cuando actuáis en el escenario bajo la influencia de los instintos parecéis un gato persiguiendo a un ratón, o un perro persiguiendo un conejo. Y es éste error de dejarse llevar por las pasiones e instintos sin depurarlos previamente con la conciencia, la nobleza del espíritu y la fuerza del amor, el que habéis cometido ahora[3]”. Un buen actor lleva a cabo la tarea teatral desde la entrega íntima a sus pasiones depuradas por la conciencia, así su trabajo se pone al servicio del arte, de la alegría y de la vida.
El actor que sube a un escenario está impulsado a entrar en la vida del personaje, él acepta esta invitación, éste es su privilegio y a la vez su responsabilidad. A pesar del miedo, que casi nunca abandona al actor, él tiene que estar dispuesto a jugar a fondo, si el actor se entrega al juego tiene más posibilidades de no salir frustrado del escenario.
Aunque interprete un personaje condenado a la desdicha y a la muerte, el actor puede disfrutar jugando su papel. Pero el juego del actor se diferencia del juego del niño ya que el trabajo del actor va dirigido a un público, arroja un fruto que puede ser disfrutado por otros, esa es su creación y ese es el propósito del teatro. El sentido del teatro es lograr una creación que sea disfrutada por otro y la paradoja es que el actor quiere gustar al público y a la vez tiene que desprenderse de su pretensión de agradar, explica Peter Brook: “El trabajo del actor nunca es para un público y, no obstante, siempre es para alguno. El espectador es un socio que ha de olvidarse y, al mismo tiempo, tenerlo siempre en la mente[4]”. El teatro nos enseña a recibir tomatazos y aplausos, manteniendo siempre la dignidad del actor que nos enseñaron los maestros y maestras, y que hacemos llegar a nuestros alumnos.
En el teatro profesional no basta con que el actor tenga buenas intenciones y una profunda capacidad de entrega, también es necesario el conocimiento del arte escénico que está desempeñando y de sus técnicas. La palabra técnica proviene del griego techen:arte. La técnica es un procedimiento para alcanzar un fin, no sólo lo usamos los hombres en el arte y la ciencia, también lo usan algunos animales para su supervivencia.
Podemos usar una técnica que nos es transmitida por otro, modificarla o bien inventarnos una propia. El actor es alguien que necesita rediseñarse a sí mismo sin cesar porque si se queda muy aferrado a lo propio, su repertorio resultará demasiado reducido. El actor de profesión, no siempre tiene las mismas ganas o el entusiasmo necesario para la actuación, y es entonces cuando una técnica puede ser un alivio. La técnica es simplemente un recurso más, si un actor trabaja sólo desde la técnica, el trabajo perderá humanidad, como un bailarín que domina los pasos pero su ser no participa del movimiento. Lo que trasciende a las técnicas es la humanidad irrepetible del artista, es lo que vuelve único su trabajo, Peñarrubia comenta: En mi experiencia como formador, estoy acostumbrado a ver en los terapeutas nóveles un aferramiento a las técnicas y a las estrategias; cuanto mayor es su maduración personal, más creativos, naturales e imprevisibles se muestran; lo técnico pierde relevancia en aras de lo artístico y la relación con el otro o con el grupo se asemeja al acto creativo del artista frente al lienzo o página en blanco: de la nada va surgiendo conciencia, vida y salud.[5]
En el teatro hay muchos maestros que proponen métodos, teorías y técnicas muy diversas para favorecer el trabajo del actor y muchas se contradicen en sus formas o en las bases teóricas sobre la actuación, pero el actor puede tomar de cada una de ellas lo que le resulta adecuado y valioso para su quehacer. No es necesario entrar a discutir si una técnica es “mejor” o “peor” que otra… conócete a ti mismo y sabrás qué es lo que resulta válido para ti (como diría Paco Sánchez, siempre volvemos al “conócete a ti mismo”). En el teatro no hay una fórmula inequívoca para el buen hacer, ni una idea que nos salve del vacío, de lo insustancial y lo imperfecto. Lo incierto forma parte y es condición tanto del arte, por su naturaleza viva y humana. Post del Libro «El teatro como oportunidad», autoras M.ª Laura Fernández e Isabel Montero. Editorial Rignden 2012.
[1]Trombadori, D. “Conversaciones con Foucault”. Amorrortu editores. 2010
[2] Stanislavski, K. “El arte escénico”. Prólogo de Juan Carlos Corazza. Editorial Siglo XXI. 2009.
[3] Stanislavski, K. “El arte escénico”. Editorial Siglo XXI. 2009.
[4]Brook, P. “El espacio vacío”. Ediciones Península. 1997.
[5]Peñarrubia F. “Terapia Gestalt. La vía del vacío fértil”. Alianza Editorial. 1998.