Cuando subimos al escenario, subimos enteros: cuerpo, mente y emoción. El cuerpo con sus sensaciones, la mente con sus ideas y la emoción dando respuesta a todos estos estímulos, externos y internos.
Culturalmente estamos bastante entrenados en separar estas tres facetas de nuestra persona, arrinconando la información que nos ofrece alguna de ellas.
Diferenciar estas tres partes de nosotros mismos puede ser útil para algún fin analítico muy concreto, pero siempre teniendo en cuenta que es una discriminación artificial. Para el Teatro y la Gestalt esta discriminación es a veces una fuente de información.
La persona, sistema y armonía.
El cuerpo es un rico y complejo radar que recoge información, la gestiona y que también la transmite. Y sólo una minúscula parte de éstos procesos son conscientes. Es el cuerpo el que está en el espacio y el tiempo, en el que se manifiestan nuestras emociones, el que se relaciona con otros cuerpos, el que registra todas las sensaciones, en el que se desarrolla la consciencia.
El escenario está vacío hasta que aparece un cuerpo. El teatro sucede cuando el cuerpo está vivo, cuando transmite la vida interna y la relación que establece el interior con el exterior.
La acción teatral no son los movimientos de la persona que actúa, si no todo lo que entendemos que le pasa a través de su cuerpo. Por sus movimientos, por su respiración, por sus palabras, por sus silencios vamos captando qué conmueve, preocupa, alegra o asusta al personaje.
La persona es ése sistema de sistemas, conectados e interdependientes, y al escenario es inevitable llevarlos todos con el objetivo de que todos participen plenamente.
Desde el confort del teatro observamos como cuerpo, mente y emoción, ahora se contradicen, ahora se pisan, uno calla, el otro habla demasiado, brillan en unidad… Y desde el confort de la Gestalt desentrañamos los significados de éstas contradicciones y celebramos la armonía cuando ésta surge en nuestra vida.
La ficción y la realidad, al servicio de la libertad
El teatro es confortable porque es ficción: lo que en él ocurre no tiene las consecuencias que se le suponen en la vida real. Y en la creación libre dentro y fuera del escenario, no hay un patrón exacto al que amoldarse, no hay un resultado preestablecido que lograr.
La Gestalt es confortable porque acepta, porque permite: con transparencia, con autenticidad, se construye en el lugar y el momento, acoge lo que sucede tal y como sucede y propone alejarnos del juicio.
El teatro y la Gestalt juntos consiguen llevarnos a un terreno en el que todos los elementos que nos conforman se expresen con libertad y se armonicen. Que pensemos las sensaciones, que sintamos los pensamientos y que lo pongamos todo en la acción del personaje. Nos llevan a un lugar donde no existe la presión de pensar bien, actuar bien o sentir bien, por que no existen lo correcto o incorrecto a priori.
En el escenario cuando perdemos esta conexión, la interpretación pierde credibilidad. Vemos al actor diciendo que se siente en paz mientras se retuerce las manos, o a la actriz dando un abrazo supuestamente amoroso, con el cuerpo rígido, nada se escapa al ojo ni al instinto del espectador, ni al del propio actor. Y en la vida viene a ser lo mismo, con la diferencia de que todo lo que pasa en el escenario es de gran importancia pero de menos trascendencia. Por eso nos interesa el trabajo sobre uno mismo, para el escenario y en especial para la vida.