Pasamos mucho tiempo de nuestra vida creando máscaras y mucho más intentando quitarlas para descubrir cómo somos realmente bajo ellas y reencontrarnos con nuestro verdadero ser, con todo lo que tiene de maravilloso y también de imperfecto.
Hemos oído muchas veces que la nariz roja del clown es la máscara más pequeña del mundo. Y ésta minúscula y graciosa máscara es un instrumento que provoca un efecto inesperado: cuando nos ponemos la nariz roja, las otras máscaras se desvanecen.
El clown no es un personaje ficticio al uso, al que nos aproximaremos para encarnar su biografía, su cuerpo y modo de pensar. El clown es un proceso de creación vivo que, desde su candidez, explora las propias vilezas y noblezas, los propios talentos e incapacidades, para hacernos conscientes de que ninguna de éstas cosas existe en su estado puro: nada es inmaculadamente perfecto, nada es terriblemente imperfecto.
Así nos libera de la dura y permanente tarea de escondernos. Para sorpresa de todos los presentes, el fracaso se convierte en victoria cuando provoca la risa del público y nos libera por un instante de la asfixiante autocensura. Se trata de una búsqueda que trata de establecer una conexión con algo que ya se encuentra en todos nosotros: nuestros rasgos más íntimos y ocultos como la ineptitud, la necedad, los prejuicios aquello que ocultamos con nuestras máscaras cotidianas. Pero también con lo que insistimos en visibilizar constantemente y que puede que no nos defina en realidad como la invulnerabilidad, la ecuanimidad o dureza.
A través del juego y de una actitud conscientemente naïf accedemos a rincones que mantenemos en la oscuridad o a los que iluminamos consciente y permanentemente, y los ofrecemos al público, mientras nos sentimos seguros tras la nariz roja. Estos claroscuros, afloran con naturalidad, sin modificaciones ni condiciones, y aquello que parecía ser lo más vergonzante de nosotros mismos, se muestra de un modo que nos causa risa y ternura a nosotros mismos y a los demás.
El clown conjuga dos elementos: aquello que ocultamos -por exceso o por defecto- y la seguridad de la máscara. La nariz roja es una delgada línea entre realidad y ficción. Nuestro yo íntimo y las fabulaciones del clown se mezclan frente a los ojos del público. El fracaso, la metedura de pata, la ceguera al bien y al mal o la exageración de sus capacidades o defectos, conectan con las del espectador, que tiene las suyas propias y que se ríe de sí mismo cuando se ríe del clown.
Es un estado de libertad total para expresar y observar cualquier aspecto profundo con humor, sin herirnos ni avergonzarnos, ya que es la actitud del clown la que lo exhibe y le da una perspectiva totalmente nueva a nuestra autocritica y una nueva herramienta a nuestra capacidad de introspección.
Des de la perspectiva del crecimiento personal, la expresión es un primer paso para la integración. Darnos cuenta de qué es aquello que ocultamos a los demás y a nosotros mismos, nos abre el camino para asimilarlo como una parte de más de nosotros. Es el fin de una lucha, un aporte de paz. El clown es nuestro yo libre de las ataduras de lo correcto y lo incorrecto, emancipado de las expectativas propias y ajenas, desencadenado del deber y de la reflexión, es pura espontaneidad. Su intención no es provocar la risa, no busca el efecto cómico pero éste aparece naturalmente.
El juego nos transporta dónde cualquier cosa puede ocurrir y cualquiera puede existir. Tu clown está en ti, sólo falta que juegues, que le permitas que entre en escena, conectando con ése estado de tu ser, con tu yo más auténtico, transparente y apasionado. El clown no censura ninguna circunstancia, emoción o pensamiento y encontrarás en su inocencia no sólo algo de la clarividencia y sabiduría infantil, sino también el puro placer del juego y de la creatividad.
El clown es la vivencia de la propia sinceridad y autenticidad y, pese al riesgo que parece entrañar, resulta del todo liberador. Porque ser nosotros mismos y encontrarnos con el otro es algo realmente hermoso.
No lo dudes, también hay un clown en ti.