Augusto Boal es el creador de un movimiento teatral conocido como Teatro del Oprimido, una corriente nacida en la década de los 50 en Brasil en torno a un principio esencial: que el teatro sea una actividad dedicada a mejorar la vida de grupos sociales menos favorecidos reconociendo la naturaleza de las opresiones para poder combatirlas. Boal estudió dramaturgia y teatro en Nueva York, en el Actor’s Studio y se interesó porla Dramaterapia y el Psicodrama de Jacobo Levi Moreno. Creó un teatro útil a la vez que divertido y entretenido, que muestra a las personas nuevas perspectivas de su propia situación. Una especie de teatro social que tiene muchos seguidores en América Latina y en Europa (España, Noruega, Suecia, Londres).
En el 2002 después de más de 50 años de trayectoria publicó el libro “El arco iris del deseo”, dónde traza un camino del teatro experimental a la terapia. En este libro plantea una serie de técnicas que denomina: “el arco iris del deseo”, éstas técnicas tienen una finalidad terapéutica y también son aplicables a la formación de actores “pretenden ayudar a analizar los colores de nuestros deseos y voluntades[1]. En éste libro comenta que se produce un cambio fundamental en su carrera cuando a partir del 1976 comienza a trabajar en París y varios países europeos. En Europa observa que además de algunas opresiones parecidas a las de América Latina, afloran otras opresiones como: la soledad, el miedo al vacío, la incomunicación. Y Boal se pregunta: “¿Dónde están los polis?”[2], algo había cambiado respecto a aquellos polis externos que él combatía en su teatro social en América Latina y ante ésta cuestión observa que: “los polis están en la cabeza”[3]. Ya nos los ubica fuera como enemigo externo, sino en cada uno de nosotros, en nuestra mente y en nuestros corazones. En sus años de investigación trata de inventar los medios para hacerlos “salir” y poder hacer algo al respecto, logra canalizar la energía creadora y transformadora de la acción teatral hacia el campo de la terapia y llega a una conclusión muy acertada: “cuando la persona sube al escenario a mostrar su propia realidad y modificarla a su antojo, vuelve a su sitio cambiada ya que el mismo acto de trasformar es transformador. Al transformar la realidad nos transformamos a nosotros mismos”[4]. Su teatro se considera un teatro pedagógico, donde se produce un aprendizaje y una transformación personal utilizando el teatro como herramienta para el cambio.
Después de su trabajo en Europa, Augusto Boal amplía y redefine el Teatro del Oprimido como un sistema de ejercicios y juegos estéticos, que hace de la actividad teatral un instrumento eficaz para la comprensión a problemas intersubjetivos. Este teatro se desarrolla a través de cuatro aspectos: artístico, educativo, político-social y terapéutico, no constituye sólo una técnica actoral sino que forma parte de una función social del actor. Es cierto que la trasformación que propone está basada en acciones o actuaciones que hacemos en un espacio escénico y no en la propia vida, pero éste espacio puede servir como prototipo de pruebas, lugar de ensayo para la vida y el mismo acto de atreverse a actuar y transformar algo, aunque sea en un escenario o en un contexto terapéutico, ya es un paso transformador para la persona que lo realiza.
Los actores en el Teatro del Oprimido construyen sus personajes a partir de la relación con los otros, y no desde su interior o esencia. El actor no ya no se pregunta: ¿Quién soy yo? La pregunta que se hace es: ¿Qué quiero? A partir de ese deseo se indagan los aspectos que lo componen y el conflicto de voluntades que suele aparecer. Boal toma el ejemplo de Hamlet, querer o no querer ser, para ejemplificar el conflicto en términos de voluntad vs noluntad y dice que éste conflicto interno hará que el personaje esté siempre vivo, algo así como atender las distintas partes internas en su dialogo íntimo. Augusto Boal dice: “El actor, como todo ser humano, tiene sus sensaciones, sus acciones y reacciones mecanizadas… Es necesario que el actor vuelva a sentir ciertas emociones y sensaciones de las que se ha deshabituado, que amplifique su capacidad de sentir y de expresarse[5]”. Además de abordar éstos aspectos de voluntad y noluntad, el actor tiene también la tarea de ocuparse de su cuerpo para superar la mecanización o automatización de su expresión corporal, liberar las tensiones y bloqueos físicos para que pueda aparecer el correlato emocional. Para ello Boal ideó un sistema de juegos y ejercicios que aportan versatilidad al trabajo del actor y se pueden consultar en su libro “Juego para actores y no actores”.