Jerzy Grotowsky nació en Polonia en 1933 y fue considerado una de las figuras más destacadas del teatro vanguardista del siglo XX. Como director y teórico teatral defendió al actor como el elemento esencial del teatro, dónde todo lo demás puede no existir. En sus montajes puede prescindir de vestuario, maquillaje, decorado, incluso de texto, en este sentido denominó a su teatro: teatro pobre. Un teatro que pasa por una entrega total del actor, un acto de humildad y sacrificio de sí mismo. En su llamado Teatro Laboratorio confrontó a los actores con la conmoción de enfrentarse cara a cara con sus propias evasiones, sus trampas, sus trucos, sus clichés y también con el impacto de descubrir y reconocer el enorme bagaje de sus propios recursos y enfrentarse con seriedad a sí mismo. Para lograr que caigan las propias barreras el actor debe superar el primer gran obstáculo con el que se encuentra, que es la propia persona del actor. Su trabajo con actores no consistía en enseñar algo nuevo, sino en facilitar que la persona pueda superar las propias resistencias que se oponen al fluir de sus procesos psíquicos, emocionales o impulsos corporales, de tal modo que el impulso interno se convierta en acción externa por medio de la experimentación. Confía más en la eliminación de los bloqueos que en la acumulación de recursos o habilidades de actuación. Mediante la eliminación de los bloqueos, el actor va prescindiendo progresivamente de las máscaras de su propia personalidad para llegar a lo genuino, al centro o al corazón, trazando un camino de autoconocimiento.
Bajo la influencia de Artaud, Jerzy Grotowsky, desarrolla un nuevo estilo de teatro en el que se incluyen los procesos emocionales, los psicológicos y un nuevo aspecto espiritual. En palabras de Grotowsky: “se invita al público a hacer un viaje mágico en el cual la verdad es revelada y donde las emociones y la espiritualidad son purgadas[1]”. Para Grotowsky el teatro no es un escape ni un refugio, es un sistema de vida, un desafío diario y completo. Al igual que Artaud, Grotowsky hace de su teatro casi un acto espiritual o sagrado que exige al actor una entrega con todo su ser a este acto: “ El actor es un hombre que trabaja en público con su cuerpo, ofreciéndolo públicamente; si este cuerpo no muestra lo que es, algo que cualquier persona normal puede hacer, entonces no es un instrumento obediente capaz de representar un acto espiritual…No hay que mal interpretarme: hablo de “santidad” en tanto que no creyente. Si el actor, al plantearse públicamente como un desafío, desafía a otros y a través del exceso, la profanación y el sacrilegio injurioso se revela a sí mismo deshaciéndose de su máscara cotidiana, hace posible que el espectador lleve a cabo un proceso similar de autopenetración. Si no exhibe su cuerpo, si en cambio lo aniquila, lo quema, lo libera de cualquier resistencia que entorpece los impulsos psíquicos, entonces no vende su cuerpo sino que lo sacrifica: Repite la expiación; se acerca a la santidad”[2]. El concepto de sacrificio del actor supone una entrega total, un sacrificio de la personalidad que le permite dejarse penetrar por el hecho teatral sin exhibicionismo, con humildad y aniquilando las resistencias personales y los impulsos que generan su resistencia. Para Grotowsky el actor debe realizar un acto de auto revelación, de contacto consigo mismo, de extrema confrontación, sinceridad y disciplina… “no meramente una confrontación con sus pensamientos, sino una confrontación que envuelva su ser íntegro, desde sus instintos y su aspecto inconsciente hasta su estado más lúcido.”[3]
Grotowsky mantuvo en su trabajo contacto con disciplinas como la psicología, la fenomenología, la antropología, piensa el arte como una evolución, un estado de madurez que nos permite emerger de la oscuridad, experimentar la verdad de nosotros mismos, arrancar las máscaras detrás de las que nos ocultamos diariamente. Peter Brook, en el prefacio del libro “Hacia un teatro pobre”, señala que nadie en el mundo desde Stanislavski investigó la naturaleza de la actuación, sus fenómenos, sus procesos psíquicos y emocionales como Grotowsky. En palabras de Grotowsky leemos: “Estoy convencido de que en general, aún en el último caso, la representación significa una forma de psicoterapia social, mientras que para el actor sólo lo es, si se ha entregado completamente a su tarea”[4]. Sostiene que el teatro tiene sentido si logramos tener allí una experiencia real y entrar en esa experiencia después de haber descartado las mentiras y escapatorias cotidianas, es decir: lograr un estado de revelación dónde entregarnos y descubrirnos sin esconder nada, un “lugar dónde encomendarnos, un lugar donde habitan los dioses[5]”.